La frustración

Hoy tenía que haberse incorporado a hacer unas prácticas con nosotros un chico de 27 años, refugiado de un país lejano, que salió de ese país con sus padres huyendo de la guerra a los 7 años, que pasó unos pocos en un campo de refugiados, que luego atravesó siete países y un mar hasta llegar a España, que llevaba año y medio en Huelva, viviendo en la calle y buscando trabajo y que ahora, por fin había recalado en la Casa Paco Girón, el sitio en el que, según Fran, que vivió allí una temporada, «mejor podía estar».

Cuando conoces a alguien con una historia como la de este chico no te lo planteas mucho, se le abren las puertas, se le acoge y se le ofrece lo mejor y eso es lo que hicieron en la casa Paco Girón: lo acogieron con la hospitalidad que les caracteriza y empezaron a tratar con delicadeza las heridas que una vida tan castigada había provocado. En algún momento se acordaron de nosotros: «él sólo piensa en trabajar y hemos pensado que estaría bien que le ofrecierais unas prácticas para ver cómo va».

Cuando conoces a alguien con una historia como la de este chico no te lo planteas mucho, se le abren las puertas, se le acoge y se le ofrece lo mejor y eso es lo que estábamos dispuestos a hacer: «Vente por aquí que algo aprenderás y lo mismo eso te hace más fácil encontrar trabajo». No nos atrevimos a ofrecerle más porque no sabíamos si podríamos ofrecer algo más.

Todo el grupo estaba implicado y esperaba con ganas que viniera a hacer esas prácticas: Benito dispuesto a explicarle cómo se clasifica la chatarra, a Fran le había dejado cavilando su historia y lo habíamos visto empatizar con ella como pocas veces, Oris había averiguado que le gustaba desayunar manzanilla y ya había hecho acopio de esa infusión, Jesús se había ofrecido a recogerlo por las mañanas…

Pero ¡ay! Un papel que faltaba un día, otro papel que faltaba otro, una cita fallida, un par de despistes… y a tomar por saco. Los procesos que conducen a la exclusión llevan, entre otras cosas a un aislamiento cada vez más pronunciado y ese aislamiento se ve reforzado por sucesos vitales que van horadando la confianza en las personas: golpes recibidos, promesas incumplidas, mentiras, abusos…

Desconocemos los detalles de la historia de este chico más allá de las cuatro cosas que hemos descrito en el primer párrafo, pero no hace falta ser muy inteligentes para comprender que esos detalles están llenos de esos sucesos traumáticos que terminan aislando a cualquiera. Hoy, el que queríamos que fuera nuestro amigo, nuestro compañero, ha cogido su maleta y se ha ido de la casa en la que lo acogieron con tanta hospitalidad. La desconfianza en las personas ha ganado la partida y mañana Jesús no lo irá a recoger porque ni siquiera sabemos el rumbo que ha cogido.

Pedro, que está haciendo las prácticas de Trabajo Social en Traperos lo ha definido muy bien: «en esto hay que tener mucha capacidad de frustración». Porque es verdad, porque ya nos ha ocurrido más veces, compañeros y compañeras que interpretan una sonrisa como una agresión, a los que les puede la suspicacia que les ha hecho sobrevivir en la cárcel o en la calle y deciden «tirar por otro lado». Cuando ha dado tiempo ha elaborar un vínculo y que se sanen algunas heridas al menos te queda eso, pero, como en este caso, ni a eso da tiempo, sólo queda la frustración de no haber podido hacer nada, la sensación es muy amarga y tan sólo nos queda el consuelo de pensar que «los procesos no son lineales, que tienen vaivenes, idas y venidas…» y que, a lo mejor nos encontramos en otro momento al protagonista de esta historia y podemos contar aquí otro final más alegre.

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