La bellota

Caminó cinco metros hasta colocarse a sólo uno del tronco de aquel alcornoque centenario, que hacía unos pocos años que no recibía la visita de una cuadrilla de corcheros para su periódica saca. Se agachó y cogió una bellota que debía haber visto antes de que nos bajáramos del camión para desayunar, porque fue directo a ella. Y se la guardó en el bolsillo.

Nos comimos una tostada de esas de pan de pueblo con zurrapa de la que le gustaba tanto. Habíamos cargado cerca de treinta frigoríficos en menos de una hora y se agradecía el alimento para el cuerpo y parar un poquito mirando por la ventana aquellos campos entre los que destacaba aquel enorme alcornoque. Era la primera vez que recogíamos en el Punto Limpio de la Sierra de Aracena y el viaje de ida había estado bonito: como para indicarnos que íbamos por el buen camino un ciervo enorme se cruzó en la carretera y paró al otro lado haciendo como que saludaba. Le tomó el relevo un halcón que nos acompañó como dos kilómetros hasta que llegamos a ese enorme cráter que empezaron a cavar en la tierra los romanos y que, hoy, paradójicamente siguen cavando unos griegos, como queriendo buscar, según el poeta onubense Juan Cobos Wilkins, el Corazón de la Tierra.

Así sí, me dijo cuando terminó de darle el último bocado a la tostada. ¿Así qué? Le pregunté. Así sí tiramos palante, con esto de los puntos limpios y todo el trabajo que nos está saliendo esto… va. Yo no le quise hablar de mis miedos: del miedo a que no nos llegara el dinero que necesitábamos para pagar el camión, para las jaulas… del miedo a que aquello fuera, como siempre decía un amigo, «mucho arroz para tan poco pollo», del miedo a que el cansancio, algún virus caprichoso o cualquier tropiezo diera al traste con todo lo que parecía encarrilarse. Pues sí, ahora sí parece que estamos viviendo de la basura, le dije y él asintió y se sacó la bellota del bolsillo. Hoy ha sido el primer día que venimos a hacer este tipo de trabajos a la Sierra y me he encontrado esto. Lo vamos a plantar en una maceta y con el dinero que vayamos sacando de estos trabajos vamos a comprar una casa para montar una comunidad para todos los que nos haga falta y vamos a plantar allí el árbol que salga de esta bellota.

Aquello me emocionó, lo reconozco.

A veces era insufrible, nos contó un día que la psicóloga le había dicho que él vivía en una burbuja y que carecía de empatía y eso hacía que a veces fuera muy difícil trabajar con él, ¡vaya si se hacía difícil! Además, desde pequeño, había sido diagnosticado de TDAH y muchos días olvidaba o se negaba a tomar el tratamiento y esos días no daba «pie con bolo». Pero luego era un tio currante, como el que más, que debió pasarlo muy mal en su más tierna infancia pero que prefería no hablar de ello, porque los problemas, si no hablas de ellos, desaparecen, me dijo un día, o porque hablar de ciertas cosas debe producir un dolor insoportable, pienso yo y, aunque bloquear esos recuerdos también implica impedir que el cerebro conecte bien el norte y el sur, el mediodía y la medianoche, la alegría y la tristeza, el amor y el odio, lo adecuado de lo inadecuado, las emociones del otro con las tuyas… sobrevivir puede llegar a implicar que hay que dejar bien enterrado el recuerdo del maltrato por parte de quien te tenía que proteger, a costa de que todas esas cosas funcionen mal .

Porque todas esas «cosas malas» se quedaron bajo el montón de piedrecillas en el que su madre les dijo a él y sus hermanos que las enterraran el día en el que los recogieron del centro de menores y los llevaron en el coche azul del vecino a una casa que sí se llenó de recuerdos que sí merecen la pena: fines de semana en el campo, veranos en la playa, un padre que se rompe la rodilla jugando contigo, amigos, scouts, maquetas de coches y legos en los cumpleaños o en Reyes y más cuidados y cariño de los que la mayoría de las veces era capaz de reconocer

A veces, tenía estas cosas, estos detalles como el del árbol. Mañana, en los 12 minutos sembramos esa bellota, le dije. Y la mañana siguiente, aunque sólo estábamos la mitad, sembramos esa bellota en un tiesto azul que esperemos que supere las inclemencias del tiempo, las crisis de riego y que no se le ocurra a nadie ponerlo a la venta. Esperemos que de la fragilidad de esa semilla brote un día un robusto árbol capaz de dar sombra al que la necesite y bellotas a los animalillos que se le acerquen.

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