Cuando le dijimos que en aquel encuentro de los grupos de Emaús de España íbamos a reflexionar sobre política nos soltó aquello de: «A mí la política me da igual». A nadie le sorprendió. Siempre se aburría cuando teníamos una sesión formativa sobre cuestiones políticas: cuando hablábamos de las elecciones, de la organización de las administraciones públicas y sus competencias, que si administración central, autonómica o local, que si Poder Judicial, Poder Legislativo y Poder Ejecutivo, que si Jefatura de Estado, que si Constitución, leyes, decretos leyes, que si la Unión Europea, su Parlamento, su Comisión y sus directivas… Toda esa jerga provocaba en él un efecto sedante que unas veces lo desconectaba de todo lo que ocurría alrededor y otras, sencillamente, lo conseguía dormir.
Le dio un poco igual que le explicáramos que la cosa iba a ser dinámica, que haríamos unos teatros y unas movidas para intentar entender lo que significa cada opción política, qué defienden unos partidos y otros… el seguía repitiendo «a mi la política me da igual».
De todas maneras iba conforme al Encuentro: «a mí la política me da igual, pero al menos nos encontraremos con Ibrahim, a ver si le han dado ya los papeles, con la chica esa que antes era hombre, ¿cómo se llamaba? ¡Rosa!, con Pere, a ver cómo anda, que la última vez que le vi, venía de lo del referéndum ese de Cataluña y traía un ojo morado, con Brenda, que por lo visto ha estado un mes en la Unidad de Agudos tras una crisis, con Ramón, que después de llevar dos años en libertad le había bajado otra causa de hace diez y lo mismo tenía que volver a entrar en la cárcel o a la chavala esa que le contó que había conseguido huir de la casa en la que su marido le pegaba unas palizas horribles…
Tenía ganas de contarles a todos que las cosas le iban bien, que estaba muy contento porque le habían concedido una vivienda. Eso estaba bien. Además, haría la broma que todas las mañanas, desde que había conseguido entrar en ese programa europeo que planteaba que a cualquier Persona Sin Hogar lo primero que había que conseguirle es una vivienda digna. «Housing first» nos repetía, «si hasta inglés voy a aprender». Le gustaba el ambientillo, encontrar gente que había pasado por situaciones parecidas a la suya en otras partes del mundo y que andaban ahora esforzándose por tirar p’alante, charlar sobre cualquier tontería, competir sobre dónde era más difícil hacer recogidas, sobre quién madrugaba más o sobre quién pasaba más horas en el camión.
Cuando insistimos, el contestó lo mismo: «Es que a mí la política me da igual: yo para ver peleitas pues me bajo al bar de la esquina cuando un Barça- Madrid y ya está, es lo mismo, pero en vez de discutir por un fuera de juego esos discuten por ver quién se sienta en un sillón.»
Entonces fue su compañera la que ante nuestra sorpresa le contestó: «¿Pero tú eres tonto? ¿No ves que todo eso que dices es política? Lo de los papeles del Ibrahima, lo de Rosa, lo del moratón de Pere, lo de la cárcel, lo de los hospitales… ¡Hasta el fútbol es política! O lo de tu housing first, ¿qué te crees que es eso?»
Ahí me animé y apuntillé: «Es que hay cosas en las que nos jugamos la vida y los cuartos y si no sabemos cómo va la política… pues nos quedamos fuera»
-«¿Como qué?». Preguntó.
-«Pues todo eso de la Economía Circular, del ecodiseño…»
-«Eso es lo que me mata, las palabrejas esas que empezáis a usar cuando habláis de estas cosas, ¿qué coño es eso del ecodiseño?»
-«Diseñar la ropa, los aparatos, los muebles… para que duren más, para que se puedan arreglar, para que no gasten tanta energía…»
-«¿Y también para que quepan en los ascensores y no haya que bajarlos por las escaleras?» Interrumpió. «Si eso también es ecodiseño me hago político y voy a donde haya que ir a defenderlo».
-«Pues vámonos a Bruselas».
-«Si tienen ascensor y no hay que llegar allí por escalera, vamos pallá. No se hable más».
Llamamos a los demás grupos y tras una acalorada pero breve discusión decidimos cambiar el lugar del encuentro y nos plantamos en la capital de Europa para pedir una reunión con el comisario que llevara el tema de los diseños de los muebles para pedirle que cupieran en los ascensores. A los compañeros de la comunidad de Emaús de La Poudrière no les hizo mucha gracia vernos llegar a los 80, pero nos trataron muy bien. Recuerdo especialmente cómo, a la entrada, todos leímos aquella frase del Abbé Pierre: «Ante cualquier sufrimiento humano, según lo que puedas, ocúpate no solamente en solucionarlo en el acto sino también de destruir sus causas. No solamente de destruir sus causas sino también de solucionarlo en el acto».
Lo de cómo nos trataron en el Parlamento es ya otra historia que, si acaso, contaremos en otro momento
Notese que en este blog, a veces, las historias que contamos son recreaciones en las que anécdotas, muchas veces inconexas, que unimos con el hilo de la literatura son usadas junto a algunos recursos estilísticos para contar esas cosas que nos pasan, nos inquietan, nos alegran… de una manera más «leible». Perdonennos la licencia.